Es el título de una canción muy popular que tiene a lo que en Chile llaman El Puerto como tema. No es la única. Valparaíso es el motivo de varias canciones emotivas y nostálgicas que convienen a su carácter de ruina apuntalada y colorista. Melancolía y nostalgia. En Valparaíso se habla sobre todo de lo que ya fue y no es, de lo que hubo, cada vez más lejos, al tiempo que los escenarios desaparecen de un año a otro: especulación, incendios cotidianos, temblores... o una mezcla de todo ello.
Hace una semana volvió a haber réplicas del terremoto de Concepción, en Chile. Pero los temblores de tierra ya no son noticia ni en Chile ni fuera de Chile. Casi nada lo es, una vez que el empuje mediático se agota, por eso la noticia de que el número real de fallecidos sólo se sabrá con el tiempo, bastante más en todo caso de los que se ha dicho hasta ahora, pasó medio inadvertida. Era más interesante conversar acerca de cómo los yanquis manejaban los terremotos "dándole a un botón". Como tampoco es noticia el alza brutal de los materiales de construcción, los acopios y los cambios en los presupuestos de obras, al día siguiente mismo del terremoto. De esto, de quienes se benefician de las catástrofes se habla poco. Casi nunca. Un manto de respetabilidad y credibilidad envuelve a quienes aparecen como filántropos o junto a los movimientos de ayuda a los damnificados, a su sombra. Un cartel, en el populoso barrio Puerto de Valparaíso, dice rotundo "Terremoto: miseria de los pobres, negocio de los ricos", mientras que, a dos pasos, el viejo Mercado Puerto está clausurado con carteles oficiales de no pasar y en otras partes de la ciudad, mucho más castigadas de lo que la prensa dijo, los trabajos de reconstrucción de edificios son demasiado visibles. Allí donde veas un andamiaje de madera, allí hay un edificio dañado por el terremoto, y son muchos. En otros ni merece la pena, sólo queda la fachada.
Ayer, Primero de Mayo, salieron a la calle lo que va quedando del viejo partido comunista chileno, los portuarios y ese anarquismo juvenil y bronco cuyas filas se nutren de ellas mismas; pero el trabajo de los neocons neoliberales, chicagoboys y chicagogirls, se va viendo año tras año, aunque se vean asnos por las calles acarreando mercaderías. Calles de comercios cerrados desde la víspera, por ley. En Chile lo que importa es la policía, los carabineros, hacia los que se practica un culto religioso, y la tranquilidad de los hombres de negocios, extranjeros y chilenos. Importa que a las transnacionales de cuño español se les deje hacer lo que les venga en gana. Tuve ocasión de comprobar ese culto religioso a lo policial el otro día, escuchando el discurso del nuevo presidente chileno con motivo de la celebración de la fundación de los carabineros. La temible y temida inseguridad ciudadana es un argumento político, eterno, de la derecha, efectivo e incuestionable. Por eso cuando los delincuentes asaltan la casa del director del prestigioso diario El Mercurio, los ministros acuden a presentar sus condolencias, mientras que si el asaltado es un miserable de los cerros o de las llamadas "poblaciones", a veces no acuden ni los pacos. Dos países, sí, pero eso no es exclusivo de Chile. Es el futuro, su firmeza.
Leía estos días una novela de un escritor porteño, provinciano, Carlos León, una de esas novelas que ya no se escriben ni se leen, Sueldo vital (1964). Una novela que no trata de la aventura ligada a Valparaíso, sino de los trabajadores, la gente que vive al borde de la pobreza o en la pobreza misma, gente eterna, ahora mismo, allá, acá, empeñada en la busca.
Dos personajes, jóvenes, fracasados, explotados en sus trabajos conversan en la noche, de sus sueldo vital y de sus deudas, sus vidas sin futuro, y uno le dice al otro: "¡Esas gentes, otras gentes, en otros ranchos y conventillos, tú, yo, y los demás como nosotros, tenemos como función principal que unos pocos disfruten de lo bueno y de lo bello!"... Sí, sí, sí, demagogia, que sí, y otros tiempos de paso, ya sé. Otros tiempos, con menos bienestar y menos bienes de consumo y menos afiches publicitarios a los que José Larralde dedica su canción Afiche.
El extranjero que visita Valparaíso, a 37 años del golpe de estado, sigue buscando las huellas de Salvador Allende, de Víctor Jara -convertidos en camisetas y en murales coloristas-, de los desaparecidos, cuyas fotografías todavía recuerdo hace siete años azotados por viento austral de Punta Arenas, un año antes de que expirara el plazo de las reclamaciones. La dictadura tiene un atractivo turístico. Los que se fueron al exilio y retornaron son ya viejos y se les ve baldados. Y buscan las huellas de Neruda, claro, el inevitable Neruda que falleció aquellos días del septiembre criminal de 1973 y de quien se sigue manteniendo vivo el culto en sus santuarios, hechos barraca de feria, como todos los museos manejados por desvergonzados. Lo importante no es ver los juguetes de Neruda o su retrete, sino asomarse a sus páginas escritas, a sus poemas que rebosan apetito vital.
La realidad es que es mucho más fácil de lo que parece tropezarse con quien defiende a los torturadores de hace casi cuarenta años y sostiene que es un agravio comparativo que los nazis que persiguieron a los judíos salieran mejor parados que los militares y policías chilenos y argentinos. Se lo escuché el otro día a un doctorando en algo de educación, ya cincuentón, de la Universidad de Playa Ancha.
"Es necesaria una ley de punto final", decía muy convencido el don Augusto, dando un tajo con la mano sobre la mesa y explicando que muchos eran oficinistas, mecánicos, que sólo trabajaban en "computadoras" y que se iban para casa cuando empezaba "el trabajo de las torturas". Metía miedo aquella exculpación colectiva.
Los que esgrimen el "mejor no remover" y a la vez la mano dura con todo aquello que disturba su paz, su mundo ordenado y bien ordenado, siempre parecen ser los mismos. Igual es una cuestión de especie o de genética o de vaya usted a saber qué. Sólo creen en la justicia cuando las leyes o las sentencias les son favorables. Consideran un agravio personal e imperdonable que les apliquen la ley. Están allí y están aquí.
domingo, 2 de mayo de 2010
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