jueves, 4 de marzo de 2010

Atrapados tras el terremoto


Atrapados tras el terremoto de Chile
Buenas noticias. Javier Amantegui y Mari Merche Esteban, en el salón de su casa con los últimos mails enviados por su hijo. :: F. DE LA HERA
Una llamada el martes a mediodía, de no más de un minuto de duración, ha sido suficiente para dar un respiro a la familia Amantegui Esteban de Irun. «Estamos bien, estamos bien, muy asustados, pero vivos», escuchó Javier, el padre de familia, a este lado del teléfono. Su hijo Carlos hablaba desde Lota, una ciudad del sur de Chile, arrasada por el fortísimo terremoto del pasado sábado, que alcanzó los 8,8 grados en la escala de Richter. La comunicación, prácticamente telegráfica y con muy mal sonido, remataba con un final feliz los días de tremenda preocupación e incertidumbre por la falta de noticias.
Ni Carlos ni su mujer Teruka, desplazados hace cuatro años al país andino en misión religiosa, habían podido confirmar a los suyos que se habían salvado de la sacudida. En Lota, una empobrecida ciudad minera, reina el caos: los caminos han desaparecido, la mitad de la zona urbana ha sido engullida por el mar, no hay agua potable, se oyen disparos por las noches, hay saqueos y los escasos «celulares» que ya antes del seísmo se contaban a cuentagotas no funcionan porque no hay ni cobertura ni red eléctrica para cargar las baterías.
Así que ahora, cada vez que suena el teléfono, tanto Javier como su mujer Mari Merche corren ansiosos a descolgar el aparato, a sabiendas de las dificultades que están padeciendo para volver a establecer contacto con su hijo. Su espera tuvo ayer recompensa. Minutos después de compartir su historia con este periódico, recibieron la segunda llamada del otro lado del charco, esta vez más larga que la primera comunicación. «Felicidades, ama», le sorprendió Carlos que, pese a la dramática situación que están viviendo, no se olvidó del acontecimiento del día, el cumpleaños de su madre, que sopló 69 velas. «Ha sido el mejor regalo que podían haberme hecho», sonreía ella incapaz de contener su alegría.
Duermen protegidos
Antes de que se cortara la dichosa línea, Carlos pudo relatar a su familia cómo se habían visto atrapados por el terremoto y, sobre todo, en qué condiciones están sobreviviendo en mitad del desastre, que se ha cobrado casi ochocientas víctimas mortales y dos millones de damnificados. El impresionante temblor del pasado sábado les obligó a salir de casa con lo puesto, hasta un descampado junto a la parroquia de San Matías, a la que pertenecen desde que se instalaron en Lota hace cuatro años. Forman parte de una misión del Camino Neocatecumenal, más conocido como los Kikos, por el nombre de su fundador, Kiko Argüello. «Sintieron la vocación y decidieron marcharse», cuenta Mari Merche. Javier, su marido, se confiesa «todavía sorprendido por el coraje» de su hijo para dejar todo lo que tenía y «ponerse al servicio de la Iglesia», en una zona marginal como lo es Lota. Carlos y Teruka hicieron las maletas con sus cinco hijos, que ahora tienen otros dos hermanos más, nacidos en Chile.
Todos han tenido suerte porque, además de estar sanos y salvos, se han podido refugiar en una zona vallada, con vigilancia policial, junto a la iglesia. «Están junto a otras veintidós personas -explica Mari Merche, con los datos que le acaba de dar su hijo-. El día del terremoto estaban dando un curso de cocina, y ahora han podido cocinar algo gracias a la bombona de butano que habían llevado. Además, hasta hoy -por ayer- han tenido agua que han ido sacando de una piscina de la casa de uno de los matrimonios que también están en Lota. Por otro lado les han dado un generador, así que a partir de ahora podremos hablar con ellos más a menudo», se tranquiliza Mari Merche, que ya está esperando el próximo telefonazo, o la mejora de las comunicaciones para seguir viendo crecer a sus siete nietos a través de la webcam.

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