Los contenedores portuarios estaban vacíos, apilados junto al mar en la bahía frente a Talcahuano. Moles de 12 a 16 metros de largo, la más liviana de 32.000 kilos. Nadie pensó que se elevarían por los aires.
Pero así ocurrió: el tsunami que golpeó la zona marítima del sur de Chile el pasado sábado, horas después del devastador terremoto, generó olas de 10 metros de altura que arrasaron con todo a su paso.
Los contenedores se elevaron por encima de los barcos pesqueros, de los edificios de pocos pisos de la línea costera, de las cabezas de los talcahueños atemorizados por los temblores de horas antes. Aterrizaron en las calles, en los patios de las casas, en las casas mismas. Y allí quedaron, unos 200 de ellos, como una evidencia absurda de la impronta naviera de esta localidad.
“A las 5 de la mañana, cuando vino la ola, muchos estaban manejando escapando del terremoto y quedaron atrapados. Nadie dio una alarma. La radio estaba caída y las autoridades no dijeron que venía un tsunami, cuando se sabe que a un terremoto le pueden seguir esta clase de olas”, relata a BBC Mundo Daniel González, un vecino que recorre la ciudad buscando reemplazo para una pieza dañada de su automóvil. No son días para quedarse de a pie en Talcahuano.
El hombre tiene su propia teoría: que los 20 contenedores elevados por el mar furioso de algún modo fueron “una bendición”.
“Esto nos ayudó porque los contenedores absorbieron el impacto de la ola. Lo que no ayudó es que la autoridad no avisó nada, ¿cómo es posible?”, repite su reclamo.
Error mortal
“Hubo titubeos de nuestra parte… y fuimos poco claros”, admitió el almirante Edmundo González, comandante en jefe de la Marina.
En la hora crítica, esta fuerza ignoraba que el epicentro del sismo se ubicaba en el mar, unos 400 kilómetros al suroeste de Santiago, y que este maremoto podía generar olas gigantes. Ellos mismos reconocieron, el martes, la responsabilidad que les cabe por la alerta de tsunami que nunca se emitió y que causó la muerte de medio millar de personas en pueblos costeros.
A los habitantes de Talcahuano el mea culpa oficial les vale de poco.
No son sólo vidas las que han perdido. El puerto del que vive la mayoría, uno de los principales de Chile, es hoy un playón abandonado. Allá donde la vista se pierde se ven los barcos de cascos al aire y mástiles sumergidos, y en los muelles no hay más que basura: restos de la carga de los pocos contenedores llenos que esperaban ser embarcados y fueron saqueados tras la catástrofe.
Familias enteras recorren el predio de cajones de metal abollados, golpean los lados y reciben el eco metálico eterno que confirma lo que ya saben: allí no hay nada para llevarse. Los hedores del puerto se mezclan con los residuos que nadie recoge porque las prioridades son otras.
La ruta que lleva a Talcahuano también ha dejado a esta ciudad lejos de todo. Una franja de pavimento de unos cinco metros se recortó como una tajada perfecta y no hay vehículo que pueda sortear el hueco y los escombros.
A los lados del camino clausurado, vehículos semihundidos esperan un rescate imposible. Imposible también para sus ocupantes.
“No es probable que alguien sobreviva a una ola así. Por ahora estamos haciendo un relevamiento de autos para verificar si sus dueños están reportados desaparecidos”, dice a BBC Mundo Jorge Silva Díaz, del Sistema de Atención Médica de Urgencia (SAMU) de Talcahuano.
Su patrulla también busca cuerpos. Y encuentra. Una mano asomando en el fango los llevó a dar con una mujer hace un día. A aquellos que no arrastró el mar, dice, se los devoró el barro que formó la ola.
Sin ley
A casi una semana del terremoto, Talcahuano es una ciudad de nadie.
Los vecinos rescatan sus cosas de edificios en los que ya no podrán vivir. Casas de puertas desvencijadas, paredes carcomidas y suelos que amenazan con ceder ante el menor peso. Buscan esos objetos de valor que esconderán bajo la ropa para salir a la calle.
Muchos llaman a don René, que se calza su rifle y se pone al cuello su ristra de balas y ofrece protección a cambio de nada.
“He gastado 500 tiros espantando a la rapiña, a esos que buscan lo que no es de ellos. Porque yo fui saqueado”, dice el hombre.
Cuando no otea el horizonte desde su terraza sobre el puerto, en busca de turbas potenciales, René Orellana Maldonado, 65 años, talcahueño de nacimiento, es funcionario público en una dependencia municipal.
Dice que su escopeta está registrada porque le gusta ir de caza y por algo se ganó sus apodos: Rambo para algunos, para otros John Wayne.
No es el único que anda armado.
“Yo me ocupo de recuperar el armamento que se ha perdido, y fue mucho. No, no fue el mar, fue la gente”, dice un integrante del Arsenal Naval de Talcahuano a BBC Mundo, que pide mantener su nombre en reserva.
Ruido de balas
En la ciudad se escuchan tiros a intervalos regulares, secuencias de dos o tres balazos que los carabineros aseguran son “disparos disuasivos” de sus mismos efectivos.
Intentan así reprimir los saqueos incesantes, que causaron en esta ciudad más daño que el tsunami. En la avenida principal no hay un negocio que tenga su frente en pie y los vidrios de los ventanales se mezclan con los escombros.
En la estación de combustible, un grupo se roba la gasolina rebosante de los tanques subterráneos. Hay para muchos, que van y vienen con cañas y bidones a sacar lo que se pueda. Al lado, otros intentan robar un cajero pero los golpes sobre el metal y la pantalla no dan resultado, porque otros ya lo han hecho antes.
“Los militares tardaron 48 horas en llegar. Tenemos la segunda base naval más grande Chile: no necesitábamos efectivos, sólo necesitaban la orden de salir a la calle”, opina Daniel González.
Las autoridades aseguran que hay soldados en camino para buscar restablecer el orden.
“La ayuda se está concentrando en la capital del Bío Bío, Concepción, y desde allí se repartirá por las comunas, pero eso lleva tiempo”, explica Ricardo Cariaga, carabinero de la primera comisaría de Concepción.
La agitada capital de la octava región concentra al menos 8.000 efectivos, parte del descomunal despliegue militar decidido por la presidenta Michelle Bachelet. Talcahuano está a apenas 20 kilómetros, pero aquí la realidad es otra.
“A nosotros nos tocó una tragedia triple: primero el terremoto, luego el tsunami y después el pillaje. Hace falta que se declare estado de emergencia, no puede pasar esto en un puerto tan importante “, dice Alejandro Quiroz, planificador del ministerio de Obras Públicas.
Pronostica que el que era hasta hace unos días un efervescente centro de pesca industrial y artesanal tardará al menos cuatro años en reconstruirse completo.
Con los tiroteos de fondo, los talcahueños no tienen tiempo para planificar el futuro. Hay cosas más urgentes por resolver.
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